lunes, 20 de octubre de 2008

Cumpleaños.

Soy un chico raro. Creo que miedo en sí mismo he tenido pocas veces; me asusto poco, el corazón suele latir al mismo ritmo cardíaco la mayor parte del tiempo; en un accidente de coche por ejemplo, o cuando me roza un autobús… Bueno, pues nunca me inmuto. Siempre he dicho que no tengo miedo en esas situaciones, que pienso de manera racional en fracciones de segundo y que por eso sé que no me va a pasar nada. Pero no es verdad.

Hace tiempo que dejé de temer morir, el mismo día que deseé la muerte, para ser sincero. La gente dice que tengo muchas cosas por vivir, o que tengo millares de experiencias que me harán crecer como persona, no espero ninguna de esas cosas…

¿Recordáis el primer amor? Ese que, aunque no dure mucho es muy intenso, aunque muy dolorosa la ruptura, ha sido un paso que teníais que vivir. A mí también me pasó, como a todo el mundo, pero de una forma un poco distinta.

Llevo años enamorándome de chicas, más jóvenes o mayores. Al final acaban también enamorándose de mí o también soy correspondido porque les gusta mi forma de ser. He perdido la cuenta de las veces que me ha pasado, y las he acabado rompiendo el corazón o dejando de lado. Las veces que me pasa siempre digo que me pongo triste, o que ellas me han dicho que no, o que a mi no me gustaban nada. Llevo tanto tiempo mintiendo a tanta gente que me he acabado creyendo mi propia mentira…

Una fracción de segundo es lo que tardo en pensar ciertas cosas, o pasar de estar enamorado a estar destrozado. Eso me pasó, al igual que a muchos de vosotros.

Quiero explicar porqué actúo así… porqué miento tanto diciendo tonterías todo el rato, porque dejo correr las mil y una oportunidades que he tenido en estos cinco últimos años, pero no sé por donde comenzar…

Ahí va:

Era verano, en una pequeña urbanización de una ciudad un poco chica, pero lo suficiente para encontrar a la chica de mis sueños. Era joven, espontánea. Tenía una palabra amable y graciosa en la boca todo el día. Irradiaba una felicidad contagiosa, y una leve sonrisa siempre inundaba su cara. Se llamaba Elizabeth, en honor a su abuela, que era igual de carismática y feliz que ella.

En la piscina pública nos conocimos. Conectamos rápido; la misma edad, parecidos en carácter, rasgos totalmente opuestos, educaciones parecidas… Con 14 años y el primer amor, el primer beso, las primeras caricias y juegos entre lavabos y habitaciones vacías… Lo que todo el mundo pasa a esa edad.

Era rubia color oro, con unos ojos azules sólo comparables a la población de holanda, por poner un ejemplo. Pestañas enormes, cejas finas y rubitas, melena larga ondulada, cuerpo perfecto y de mujer… Era el sueño para cualquier chico que la viera por primera vez, y la gran persona que era para quien la conociese un poco.

Los meses pasaron rápido, los juegos fueron creciendo y el amor entre nosotros era perfecto. Éramos tan parecidos que parecía que nada podría separarnos. No había miradas sucias a otras personas, ni malas formas ni comentarios que molestaran a ninguno de los dos, era un sueño, del que nunca he conseguido despertar del todo.

Treinta de septiembre, el día de mi cumpleaños. Íbamos a pasar el fin de semana juntos, en casa de sus padres que la habían dejado sola… Era el día perfecto. No había nubes, ni un viento frío. Era la transición del verano al otoño, cuando paseas con total comodidad a cualquier hora del día y no hace falta nada para sentir alegría, y más aún cuando esperas a la chica que deseas con locura.

Elizabeth llegaba tarde, como era de costumbre en ella. Cualquier cosa la entretenía, como a mí también me ocurre. La vi corriendo desde lo lejos con una bolsa en la mano. - ¡Mi regalo! – Mascullé para mí en ese momento. Empecé a caminar hacia donde estaba ella, tenía ganas de abrazarla y darle un beso tierno, esos cinco minutos de más la había echado tantísimo de menos…

Un cruce nos separaba, miré a la izquierda para mirar que no venía ningún coche, pero ella no hizo lo mismo. Recuerdo el chirriar de las ruedas de aquel coche como si fuera hoy mismo, y como supe antes de tiempo que estaba todo perdido. Nunca podré olvidar cómo me miró cuando ella también se dio cuenta de todo, nunca olvidaré, como sus grandes ojos azules, en ese instante, quedaron quebrados por un miedo horripilante al saber lo mismo de lo que me di cuenta yo. Una furgoneta, un conductor, una llamada de última hora, o ir demasiado deprisa por la ciudad para ver a su hijo de pocos días de vida, o un compañero charlatán… Son detalles que nunca podré recordar del todo bien, salvo el detalle de mirar aquellos ojos perdidos en un horizonte demasiado alejado, para poder alcanzarlo…




jueves, 21 de agosto de 2008

Primera

Se encontraba envuelto en una neblina espesa, áspera se podía decir. Un ardor interior se creaba por todas sus extremidades y se precipitaba hacia su corazón. La ira empezó a sucumbir en su interior, un temblor de seguridad y terror se iban adueñando de él. En cada respiración el aire se hacía más espeso, la razón por la que luchaba se difuminaba al exhalar, sabía lo que le estaba pasando, y no podía hacer nada por evitarlo.

Se estaba transformando.

Ya le había pasado alguna vez, pero en sueños. Él era pequeño, perecía por la presión de un cuerpo enorme que brotaba de su interior, cada latido era más rápido que el anterior, y más profundo al mismo tiempo. La agonía de no poder parar aquella pesadilla le hacía titubear, y por momentos volvía a encontrarse a sí mismo, aunque ya era demasiado tarde para parar aquello que había comenzado a sucederle.

Eran los recuerdos, las sensaciones. Era todo lo que le rodeaba lo que había creado a ese monstruo en su interior. No era él, no, aunque por así decirlo lo pareciera. Era algo más grande que cualquier ser humano, era esperanza, remordimiento, terror, frustraciones, paz, agonía, perseverancia, amor, arrepentimiento… Era odio. Ese odio que nos domina y nos amordaza para darse un paseo por nuestro cuerpo. Era imparable. Inhumano. Era una abominación de sus recuerdos y de las consecuencias. Acción reacción. Por cada mal trago una pizca de este se había acrecentado, hasta este momento. Hoy, el vaso había rebosado.

Sus manos empezaron a temblar, a cada compás de la canción que se escuchaba algo se segregaba en su interior, por cada golpe de batería él se iba haciendo más fuerte, notaba como su cuerpo empezaba a seguir ese ritmo musical, acrecentando y liberando lo que tenía en su interior.

Ya era tarde. Había ocurrido. El entumecimiento de todo su cuerpo era la señal. Al arrimarse al espejo que tenía en la habitación, pudo ver lo que había cambiado en su interior… Sus ojos. No eran claros, ni fríos, eran ardientes y centelleantes, podía hundirse y perderse él mismo en ellos. Era capaz de leer por ellos lo que le ocurría, mientras intentaba mantenerse la mirada al mismo tiempo.

Salió a la calle a despejarse, se dijo su nuevo yo. Una brisa templada soplaba de frente. Mientras notaba como el viento pasaba entre sus dedos, empezó a caminar para dar un paseo. A cada persona que veía, le clavaba su mirada. Irradiaba el odio que tenía en su interior, al rozarle el aire se contaminaba con su mal. Continuó bajando la infinita pendiente que era su calle. Se dirigía a donde más le apeteciese. Empezó a ser peor cada vez, cada calle le recordaba un momento, un recuerdo que volvía a su presente en el momento menos indicado. Cada banco, cada esquina, cada papelera le hacían retroceder a donde nunca quiso estar. Había sido peor el remedio que la enfermedad.

Llegó a esa casa, ahora en ruinas y apunto de ser demolida. Una colilla lo había generado todo. Fumar mataba, ponía en las cajetillas. Pero no fue el tabaco en sí, lo que acabó con todo lo que tenía.

Buscaba por algún rincón sin quemar un recuerdo que le hiciera volver a su estado normal. Pero el fuego lo había abrasado todo. Sólo quedaban escombros, cenizas sin coherencia alguna, como en su interior. No podía recordar por odiar tanto al odio que sentía. Era su combustible, su oxígeno, el odio le poseía. Era la esperanza, en el fondo, lo que había impulsado a aquella transformación. La esperanza al cambio, al ser diferente; de olvidar el pasado y de vivir el presente sin contar con el futuro.

Era la paz, que buscaba sin cesar. Y era a él mismo, a quien quería encontrar.